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Misterios y tragedias del sur de Alicante: Crónicas históricas de Torrevieja y sus alrededores

19 jun 2025

En el sur de la provincia de Alicante, a la sombra de la turística Torrevieja, se esconde una historia llena de enigmas, destrucción, resurgimientos y civilizaciones olvidadas. Un territorio donde hoy se mecen las aguas turquesas del Mediterráneo y florecen eucaliptos centenarios, fue antaño escenario de catástrofes, ataques piratas, revoluciones religiosas y leyendas antiguas.


Fenicios, íberos y romanos en las arenas de Guardamar



Bajo capas de arena y siglos, Guardamar revela su papel como uno de los asentamientos más antiguos de la región. En la zona de La Fonteta, arqueólogos descubrieron los restos de una ciudadela fenicia del siglo VIII–VI a.C. con muros de hasta tres metros de grosor, talleres metalúrgicos, almacenes y viviendas, prueba de una vida comercial activa y próspera.

Más tarde llegaron los íberos, dejando tras de sí a la "Dama de Guardamar" —una escultura que refleja su visión estética y religiosa—.

Ya en el siglo I d.C., los romanos establecieron fábricas de salazones, y en el siglo X surgió una rábita musulmana: una comunidad religiosa-militar.


Época de sal y caravanas blancas



Desde el siglo XIII, Torrevieja y La Mata eran estratégicas por sus lagunas salinas. Primero propiedad privada de Orihuela, luego monopolio real, en el siglo XVIII se explotaron intensamente. Surgió el embarcadero de las Eras de la Sal, desde donde se exportaba sal a Francia, Italia y América.

Se dice que un comerciante de sal, San Ángel, concesionario de la Corona, fue uno de los financiadores del viaje de Cristóbal Colón —demostrando cómo el polvo blanco de Torrevieja está ligado a las grandes exploraciones.


Torres de vigilancia y señales de fuego



Torrevieja, La Mata, Guardamar y otros puntos de la costa formaban parte de una red de torres defensivas construidas desde el siglo XIV para protegerse de los piratas berberiscos. Estas torres —como la Torre del Moro, la Torre de Cabo Cervera o la Torre de La Mata— funcionaban como sistema de alerta: señales de humo y fuego se transmitían de una a otra avisando de los ataques.

El ingeniero Giovanni Battista Antonelli sistematizó esta línea defensiva en el siglo XVI.



Durante los siglos XVI y XVII, los piratas berberiscos, procedentes del norte de África, atacaban regularmente la costa alicantina. Arrasaban aldeas, saqueaban iglesias y se llevaban a cientos de personas como esclavos a Argel o Túnez.

Estas incursiones dejaron una huella de miedo y resistencia en toda la región, y justificaron la intensa construcción de torres y fortificaciones costeras.

En Guardamar, La Mata o Santa Pola aún se cuentan historias de noches de fuego y campanas de alarma que resonaban tierra adentro.


El rugido de la tierra: el terremoto de 1829



En un fatídico día de marzo de 1829, la tierra tembló con fuerza. Un terremoto de más de 6,5 grados en la escala de Richter sacudió toda la Vega Baja —de Orihuela a Torrevieja—. Especialmente afectados fueron Almoradí, Catral y Guardamar: los edificios colapsaron, los puentes desaparecieron, y el río Segura cambió su curso.

La noticia alarmó a la corte real en Madrid. Fernando VII no solo expresó su pesar, sino que organizó una colecta, ayudas estatales y una reconstrucción completa. Fruto de esta acción, las ciudades adoptaron una nueva planificación: calles anchas, casas bajas y los primeros intentos de arquitectura antisísmica. Guardamar se desplazó hacia las dunas y Torrevieja reforzó sus defensas costeras.


Contrabando, liberales y los hermanos Bazán

El siglo XIX trajo algo más que terremotos. Las rutas comerciales de la región se convirtieron en escenario de contrabandistas y revolucionarios. En 1826, en Guardamar desembarcaron los hermanos Bazán, liberales insurgentes, ocultándose entre las dunas e intentando levantar al pueblo contra la monarquía absoluta. Su intento fracasó, pero quedó registrado como símbolo de una época convulsa.


Arena, árboles y la salvación de una ciudad



Tras el terremoto y el avance de las dunas marinas, el ingeniero José Agustín de Larramendi propuso una solución radical a finales del siglo XIX: repoblar la costa con árboles. Así nació uno de los primeros proyectos ecológicos de la historia española: miles de eucaliptos, pinos y acacias detuvieron el avance del desierto sobre las calles de Guardamar.

Fue un acto de ingenio y previsión ecológica. Hoy estos bosques son el orgullo de la ciudad y su escudo verde frente al Mediterráneo.


El sur de Alicante no es solo una costa bañada por el sol. Es una tierra donde la historia respira: bajo los pies de los turistas yacen muros fenicios, por las avenidas de Guardamar crecen árboles nacidos del desastre, y la brisa marina lleva aún el eco de las hogueras de señal.

Viajar aquí es recorrer las páginas de un pasado vibrante, donde cada duna y cada torre cuenta una leyenda —auténtica, documentada y aún viva.

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